Por teléfono, desde Las Vegas (2ª Ed.) by Lou Carrigan

Por teléfono, desde Las Vegas (2ª Ed.) by Lou Carrigan

autor:Lou Carrigan
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Policial
publicado: 2019-05-06T22:00:00+00:00


CAPÍTULO VI

Con un último resoplido, la motocicleta se detuvo delante del bungalow, y Basil colocó el soporte, se apeó, y se dirigió hacia la puerta, mientras buscaba en los bolsillos de la cazadora la llave para abrirla.

Naturalmente, no había luz alguna en la cabaña, de modo que eso le favorecía en sus planes. Si alguien estaba acechando por allí cerca, esperando la llegada de Kit Irving, ya le había visto. Es decir, había visto a un hombre alto y fuerte, ataviado con una cazadora, que acababa de llegar en una motocicleta… Y si lo que estaba pensando él se acercaba algo a la verdad, era de esperar que muy pronto tendría visitas.

Lo cual era precisamente lo que él deseaba.

Encontró la llave, la introdujo en la cerradura, y la abrió. Entró sin encender la luz, se volvió a cerrar la puerta de nuevo con llave… y la luz se encendió, al mismo tiempo que una voz irritada preguntaba:

—¿Dónde demonios has estado todo el…?

A esto siguieron dos exclamaciones, mientras Basil, un tanto deslumbrado, se volvía velozmente, llevando la mano al bolsillo en busca de la pistola… Pero no tan deslumbrado que dejase de ver a los dos hombres que, todavía con el sobresalto en el rostro, adelantaban hacia él sus diestras, empuñando pistolas con silenciador…, así que se quedó inmóvil, con la mano muy cerca del bolsillo.

—¿Quién es éste? —gritó uno de los sujetos, transfigurado el rostro por la sorpresa y el sobresalto.

Casi parecía una escena cómica, así que Basil Conan sonrió, mientras, muy lentamente, retiraba la mano de las proximidades del bolsillo.

—Hola —saludó—. Kit me citó aquí. ¿No ha venido aún?

Por supuesto, de muy buena gana se habría dado de bofetada. Sí, señor: ¿tan difícil era pensar que estuviesen esperando a Kit dentro en lugar de fuera de la cabaña?

Los dos sujetos le miraban fijamente, recuperándose de la sorpresa. De pronto, uno de ellos hizo un gesto con la pistola, que el veterano Basil Conan interpretó con toda exactitud: alzó las manos y se volvió de espaldas. Naturalmente, le quitaron la pistola del bolsillo…

—Es la que le entregamos a Kit Irving —oyó tras él.

—Ve a echar un vistazo a la moto… Usted, vaya a sentarse allí.

Se volvió, lentamente, y fue hacia el sillón que le indicaba uno de los desconocidos, mientras el otro salía de la cabaña. Se sentó, con gesto apacible. Abrió la boca, pero captó la expresión del hombre que le vigilaba, y decidió no perder el tiempo con tonterías, de modo que permaneció en silencio.

El otro tardó menos de un minuto en regresar, con su chaqueta y su corbata.

—Es la moto de Kit —dijo.

—¿Qué es eso?

—Pues una chaqueta y una corbata, ¿no lo ves? —refunfuñó el que había salido; tiró la corbata a un lado, y comenzó a hurgar en los bolsillos de la chaqueta, hasta encontrar la billetera, que sacó y abrió—. Basil Michael Conan, asesor de inversiones.

—¿Qué de qué? —Gruñó el otro.

—Asesor de inversiones.

—¿Y eso qué es?

—Soy una especie de consejero —dijo Basil—. Por ejemplo: ustedes tienen cien mil dólares y quieren…

—Cierre la boca.



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